7.8.09

Se me va, se te va, se le va, se nos va, se os va, se les va la pinza…

Coloquialmente entendemos por “írsele la pinza a alguien” cuando, por un momento, el sujeto parece perder toda referencia de lo que el consenso común de los mortales entiende como “normal”, “lógico”, “equilibrado” “sensato”, etc. es decir, cuando alguien se sale de madre en cualesquiera de los ámbitos de esta vida que se establecen como comunes y corrientes. Esto es, en definitiva, un desvarío.

Por ejemplo, a alguien se le puede ir la pinza si, saliendo de casa, se deja las llaves dentro y cierra la puerta. “¡MIERDA, SE ME HA IDO LA PINZA! exclamaría el sujeto en cuestión tras el incidente, pues por un lapso de tiempo ha perdido el sentido de la realidad cotidiana y ha comprometido el frágil equilibrio mental que le mantiene despierto, con los pies en la tierra y con la situación bajo control. De haberlo evitado, ese incómodo contratiempo no se hubiera dado.

Éste sería un caso muy ligero del concepto que tratamos. Dependiendo de las consecuencias derivadas de la “ida de pinza”, podemos considerar ésta más o menos peligrosa.

A mí se me va la pinza un huevo. Como ahora por ejemplo. De hecho, hasta donde mi memoria alcanza, recuerdo cómo desde siempre me ha gustado soltarme del tendedero donde nos secamos los prendas. Será porque no soporto ser sujeto de un consenso en el cual nunca se me pidió opinión, o porque simplemente prefiero ser objeto de los efectos de la ley de gravitación universal, superiores a cualesquiera argumentos aleatoriamente convenidos. El caso es que en la gran mayoría de ocasiones encuentro insanamente placentera la sensación de vacío que se desprende de quedar suelto a mi suerte, sin amarres, referentes o puntos de encuentro común, cual mapas cartesianos de lo que se supone que tiene que ser la realidad ordinaria. Sólo entonces me siento libre.

Es cierto que por norma general esta libertad dura poco, y que al final de la misma se suele encontrar un guarrazo de dimensiones y consecuencias imprevisibles. Quizá eso sea lo divertido, el hecho de perder el control por un rato, hacer el “imprudente”, sin preveer las consecuencias y dejarse caer para sentir un poco de aire fresco antes del trompazo final. Como cuando éramos críos y nos revolcábamos por los suelos sin miedo a dañarnos la piel o los huesos, y el golpetazo final venía en forma de reprimenda por manchar o romper la ropa. …qué ridículo convenio.

Porque, que me digan a mí ¿Quién cojones dicta eso? Hasta ahora parecía ser una suerte de sentido común y razón histórica basada en la memoria colectiva de generaciones y generaciones que han ido repitiendo modelos y parámetros de conducta que parecían atender de manera satisfactoria y resuelta las diferentes tesituras ante las que nos situaba la vida. Pero ahora, ahora esas tesituras se las están inventando cuatro mojigatos podridos de pasta que se reparten el pastel y encima nos quieren pinchar el globo terráqueo de nuestras aspiraciones futuras.

No señores, no. Yo no comulgo con la vaina de la pandemia porcina, ni con la falta de escrúpulos de los poderes gubernamentales que se rifan el control de la economía mundial sin tener claro un sentido más allá del propio envilecimiento y amasamiento de fortuna a base del abuso de los recursos ajenos, incluyendo la salud pública y la educación. Nos quieren necios, paranoicos, maleables y sumisos.

Qué ida de pinza más tremenda la suya… y yo que creía estar modestamente loco…!

M.D.

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